Inefectiva reelección en Yucatán
Por: René Duperón
MÉRIDA.- Durante muchos años prevaleció en la política mexicana el concepto revolucionario de «Sufragio efectivo, no reelección», que fue el lema que enarboló Francisco I. Madero para luchar contra la dictadura de Porfirio Díaz.
Esta idea de que la reelección no era buena prevaleció a lo largo del siglo XX, y pobre de aquel político que se atreviera tan siquiera a sugerirla, pues era señalado con flamígero dedo.
En los años posteriores a la primera década del siglo XXI comenzó a cuestionarse este dogma revolucionario, y comenzó a permitirse la reelección, pero gradualmente, pues solo es para diputados (locales y federales) y los presidente municipales.
Hasta ahora se mantienen candados en las gubernaturas y en la presidencia de la república.
Mucho se habló de las bondades de la reelección, se dijo que obligaría a los diputados y los alcaldes a esforzarse más y trabajar mejor para que la gente pudiera refrendarlos.
En el caso de los alcaldes, al menos en Yucatán la reelección le ha quedado a deber a los ciudadanos, pues muchos de los alcaldes reelectos han incurrido en sus segundos periodos en excesos de los que se cuidaron en su primer trienio.
Además, para lograr la reelección muchos utilizaron el erario, no para mejoras en sus municipios, sino para prácticamente comprar los comicios que les permitieran estar otros tres años.
En algunos casos sobregiraron los gastos de sus municipios y hoy, a un año de las elecciones del 2021, están pagando oscuros compromisos que hicieron para asegurar su permanencia otros tres años más.
Por si fuera poco, la reelección ha «legalizado» los cacicazgos municipales, pues hay casos de alcaldes que pueden dominar eternamente algún municipio, mediante artimañas como poner de candidatas a sus esposas y cuando sus hijos crecen, ellos también le entran al juego.
Tal vez la falta de bondades de la reelección no sea del todo culpa de los presidentes municipales, pues también se requiere una ciudadanía fuerte que les exija a sus autoridades y que no solo esté esperando la dádiva cada tres años para ver a quién le venden caro su amor, como las aventuras, aunque luego tengan que soportar tres años de excesos de sus autoridades municipales.